Meditación 1: Llaga de la mano derecha


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En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

. Escucha, Israel:

«Sion decía: me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado. ¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré. Mira, te llevo tatuada en mis palmas, tus muros están siempre ante mí»  
(Is 49, 14-16).

. Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje

«Queridos hijos, os invito a ser valientes, a no desistir, porque el bien más pequeño y el más pequeño signo de amor vencen sobre el mal, cada vez más visible. Hijos míos, escuchadme para que el bien pueda vencer; para que podáis conocer el amor de mi Hijo. Esta es la dicha más grande: los brazos de mi Hijo que abrazan. Él, que ama el alma; Él, que se ha dado por vosotros y siempre y nuevamente se da en la Eucaristía; Él, que tiene palabras de vida eterna. Conocer su amor, seguir sus huellas, significa tener la riqueza de la espiritualidad. Esa es la riqueza que da buenos sentimientos y ve el amor y la bondad en todas partes. Apóstoles de mi amor, con el calor del amor de mi Hijo, sed como los rayos del sol que calientan todo en torno a sí. Hijos míos, el mundo tiene necesidad de apóstoles del amor, el mundo tiene necesidad de muchas oraciones, pero de oraciones con el corazón y con el alma, y no solo de aquellas que se pronuncian con los labios. Hijos míos, tended a la santidad, pero en humildad; en la humildad que le permite a mi Hijo realizar―a través de vosotros―lo que Él desea. Hijos míos, vuestras oraciones, vuestras palabras, pensamientos y obras, todo esto os abre o cierra las puertas del Reino de los Cielos. Mi Hijo os ha mostrado el camino y os ha dado esperanza, y yo os consuelo y aliento porque, hijos míos, yo he conocido el dolor, pero he tenido fe y esperanza. Ahora tengo el premio de la vida en el Reino de mi Hijo. Por eso, escuchadme: ¡tened valor y no desistáis! ¡Os doy las gracias!» 
(2 de octubre de 2018).


. Meditación

Aquel que en el esplendor de Su vida se deja taladrar Sus benditas manos; Aquel que se entrega hasta la muerte por mí, sin yo merecerlo... ¿Va a desentenderse de mis sufrimientos y necesidades? En Sus llagas está mi nombre escrito por toda la Eternidad; Él me ha adquirido a precio de Sangre. 
¿Qué no hará por mí Aquel que ya me lo ha dado Todo? Aquel que―por si fuera poco―renueva Su Sacrificio todos los días y a todas horas en la Eucaristía; Ofrenda permanente para mí. Aquel a quien no le importa abrazar mi miseria. Y no solo es que no le importe, sino que, como el más ferviente de los enamorados, anhela abrazarme enteramente y unirse a mí. ¿Cómo corresponder a un amor tan grande?

Madre, tú me dices que sea valiente y que no desespere ante la dificultad y el sufrimiento. Me pides que salga de mí mismo, de mis preocupaciones diarias, de mi dolor. Y, para ello, me pones frente a tu Hijo; 
me muestras que la felicidad está en dejarme abrazar por Él para luego poder yo abrazar a los demás en Su Nombre. Abrazarlos desde la oración que nace del corazón, desde mis buenos pensamientos, desde mis obras desinteresadas... Me pides que sea apóstol del Amor. Me dices que soy necesario para el mundo; que yo puedo y debo ser Luz de Cristo para los demás. Que mire más allá de mis inquietudes, pues mi vida solo adquiere pleno sentido en Él. El sufrimiento no se cura contemplando una y otra vez mi propio dolor, sino deteniendo mis ojos en el Crucificado. Por eso, a Ti, que no me abandonas y que me consuelas, que estás siempre al pie de la Cruz, te pido que me limpies con la Sangre de tu Hijo y que me escondas en Su llaga. Desde hoy, voy a confiar plenamente y a abandonarme en Su diestra. Dame, pues―en honor a la llaga de Su mano derecha―la gracia de que mis manos sean una extensión de las Suyas, para así poder corresponderle y hacer aquello que os agrada. Sé que, junto a Vosotros, nada me faltará y nada debo temer. Amén.

. Oración

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a Ti,
para que con tus santos te alabe,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Padrenuestro, Avemaría, Gloria)


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