Meditación 11: Niño perdido y hallado en el Templo


+

En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

. Escucha, Israel:

«Pues sé muy bien lo que pienso hacer con vosotros: designios de paz y no de aflicción, daros un porvenir y una esperanza. Me invocaréis e iréis a suplicarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, si me buscáis de todo corazón. Me dejaré encontrar, y cambiaré vuestra suerte» (Jer 29, 11-13).

. Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje

 “Queridos hijos, mientras con preocupación maternal miro vuestros corazones, veo en ellos dolor y sufrimiento. Veo un pasado herido y una búsqueda continua. Veo a mis hijos que desean ser felices, pero no saben cómo. ¡Abríos al Padre! Ese es el camino a la felicidad, el camino por el que deseo guiaros. Dios Padre jamás deja solos a sus hijos, menos aún en el dolor y en la desesperación. Cuando lo comprendáis y lo aceptéis seréis felices. Vuestra búsqueda terminará. Amaréis y no tendréis temor. Vuestra vida será esperanza y verdad, que es mi Hijo. ¡Os lo agradezco! Os pido: orad por quienes mi Hijo ha elegido. No debéis juzgarlos, porque todos seréis juzgados” (2 de Enero de 2012).

. Meditación

María sufre porque no encuentra a su Hijo. Dios Padre así lo ha querido―entre otros motivos―para que experimente la pérdida de Jesús. Como Ella no tiene mancha y no conoce el distanciamiento de Dios por causa del pecado, tiene que saber de alguna forma cómo se siente un alma cuando se aleja de Jesús. De esta manera, podrá ser consuelo para el prójimo y podrá guiarlo en su caminar.

Pero así como experimenta la tribulación para bien de la humanidad, Dios―a su vez―la colma de aliento para que no desfallezca (cf. 2 Cor 1, 4-5). Porque Dios, aunque en ocasiones pueda parecerlo, jamás abandona a Sus hijos. Ni a Ella, ni a mí, ni a nadie. Ella conoce esta realidad, así que deposita su total confianza y su angustia en el Padre; tiene fe en que Él obrará, y que aquello que obrará será lo mejor―pues un buen padre da lo mejor a sus hijos―(cf. Mt 7, 11). Así pues, entre el dolor y la esperanza, María y José atraviesan un pequeño desierto espiritual en busca de Jesús. Después de tres días, lo encuentran ahí donde intuían: en el Templo. Tres días, ¡qué profético! El tiempo que hay que atravesar para la Resurrección. 

De María aprendo que nadie, por muy bueno que sea, se libra del sufrimiento. Que el sufrimiento no es abandono de Dios, sino algo que―bien encauzado―me asemeja a Jesús, me hace más humano, y me convierte en luz para el prójimo. Pero para encaminarlo correctamente, debo depositar mi confianza y mi pesar en el Padre. Si no, el sufrimiento me terminará hundiendo o sacará lo peor de mí. Dios me ama y desea mi felicidad, así que debo confiar y esperar en Él―así como hizo siempre María―. María sufrió mucho a lo largo de su existencia, pero Ella confió. Su fe en Dios la sostuvo a cada instante y jamás quedó defraudada. No es Dios el que se aleja, soy yo quien―en ocasiones―me ofusco y me alejo de Dios. Por eso, como María, no debo quedarme de brazos cruzados lamentándome de mi dolor y enfadándome con Dios. Debo ponerme en camino y hacer todo lo que esté en mi mano para solucionar el problema―si es que hay algo que pueda hacer además de orar―. Lo demás, tengo que dejárselo al Padre y confiar. Confiar no en que arreglará las cosas a mi manera, sino en que lo hará a la Suya (aunque en muchas ocasiones nuestras voluntades confluirán). Debo tener fe en que, pase lo que pase, yo siempre saldré beneficiado. El Amor no puede hacer otra cosa que amar. ¿Por qué angustiarme?

De María también aprendo dónde encontrar a Jesús: en el templo. Cuando me sienta perdido, cuando me sienta vacío, cuando sienta que estoy solo... ahí está siempre Él, en la iglesia, esperándome en el Sagrario o en el Altar. Por lo general, es en el templo donde únicamente puedo encontrar a Jesús en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, escondido en la especie del Pan. Tan solo debo ir a buscarlo de todo corazón y encaminarme hacia Él con fe, así como hizo María. Y si―como Ella―quiero gozar siempre de Su Presencia, debo acudir al templo con frecuencia, no solo cuando el sufrimiento me asedie. Jesús, el mismo del Evangelio, siempre me está esperando para compartir bellos momentos juntos.

Madre, dame una confianza absoluta en Dios Padre y llévame hasta Jesús. Sé donde encontrarlo, pero―en ocasiones―mi ceguera me impide verlo. Tú que has experimentado su ausencia, ten piedad de mí, limpia mi mirada e ilumina mi camino. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

. Oración

Rezar un misterio del rosario (un Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).


La Oveja Guerrera
www.laovejaguerrera.com