Meditación 12: El Bautismo de Jesús en el Jordán


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En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

. Escucha, Israel:

«Todo procede de Dios, que nos reconcilió consigo por medio de Cristo y nos encargó el ministerio de la reconciliación. Porque Dios mismo estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirles cuenta de sus pecados, y ha puesto en nosotros el mensaje de la reconciliación. Por eso, nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios. Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor 5, 18-21).

. Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje

“Queridos hijos: a causa de vuestra unión con mi Hijo os invito a dar un paso difícil y doloroso: Os invito al reconocimiento completo y confesión de los pecados, a la purificación. Un corazón impuro no puede permanecer en mi Hijo y con mi Hijo. Un corazón impuro no puede dar fruto de amor y de unidad. Un corazón impuro no puede cumplir con las cosas rectas y correctas, no es ejemplo de la belleza del Amor de Dios frente aquellos que están alrededor suyo y que no lo han conocido. Vosotros, hijos míos, reuníos en torno a mí llenos de entusiasmo, de deseos y de expectativas. Sin embargo, Yo oro al Buen Padre para que, por medio del Espíritu Santo de mi Hijo, ponga la fe en vuestros corazones purificados. Hijos míos, escuchadme, encaminaos conmigo” (2 de Julio de 2011)

.Meditación

Multitud de hombres y mujeres se acercan a Juan el Bautista para confesar sus pecados y ser bautizados por él en un bautismo de conversión―pues él no tiene autoridad para perdonar los pecados­―(cf. Mt 3, 6-12). Entonces, llega el turno de Jesús. Pero Juan no se siente digno de bautizarlo: «Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?» Jesús le contesta: «Déjalo ahora. Conviene que así cumplamos toda justicia». Entonces Juan se lo permite. (Mt 3, 14-15).

¿Qué es lo que está ocurriendo? ¿Por qué Jesús, que es todo puro, se ha colocado entre los pecadores―como si fuera uno más―y se ha humillado de esta manera? La Palabra de Dios me da la respuesta: «Al que no conocía el pecado, lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor 5, 21). Jesús, en el Jordán, está asumiendo todos mis pecados y los de la humanidad entera para reconciliarnos con Dios a través de Él. Pero, tras esa humillación por amor, Dios Padre lo exalta enviando Su Espíritu sobre Él y diciendo: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3, 17).

La consecuencia de que Jesús cargue con mis pecados será Su amarga Pasión y muerte en Cruz. Con Su Sangre, saldará mi deuda. Por eso, gracias a Él se me ha dado la oportunidad de bautizarme, de confesarme y de entrar en la Vida Eterna. ¿Cómo voy a despreciar, pues, el Sacramento de la Reconciliación si―para que yo pueda acceder a él―Jesús se humilla entre los hombres y se entrega a una muerte cruenta e ignominiosa? ¿Es que acaso me va a paralizar el temor, la vergüenza, el desánimo, el orgullo o la pereza? ¿Pesa más eso que mi amor por Jesús y todo lo que Él ha hecho y hace por mí? Me doy cuenta de que, si quiero corresponder a Su amor, debo aceptar Su regalo y procurar estar en perfecta comunión con Él.

María me dice que, para permanecer en Él y con Él, necesito un corazón puro. Y eso solo puedo lograrlo confesándome regularmente, pues los hombres pecamos a diario. En otros de sus mensajes en Medjugorje, María me recomienda confesarme una vez al mes ―y cada vez que tenga conciencia de haber cometido un pecado grave―. Sin embargo, advierte que no debo hacerlo por rutina, sino que debo acudir dispuesto a cambiar. Si lo hago así, poco a poco iré sanando heridas profundas y fortaleceré mi unión con Jesús. Entonces, unido a Él, podré dar frutos de amor. Cuanto más en comunión esté con Él, más perfecto será mi amor hacia Dios y hacia mi prójimo.

No importa lo que yo haya hecho, Su Amor es más fuerte. Por eso, no debo temer ni avergonzarme; Él me espera en el confesionario con los brazos abiertos para perdonarme a través del confesor. Así que, cuando me vea tentado con la vergüenza, pensaré en Él: si Jesús, siendo puro e inocente, se humilló en el Jordán, colocándose entre los pecadores... ¿no voy a humillarme yo, que soy culpable? ¿Voy a despreciar Su acto de humildad y Su Sangre por simple orgullo? Además, si yo―que estoy llamado a imitar a Jesús―no soy humilde cuando soy culpable, ¿cómo voy a serlo cuando sea inocente?

Madre, días atrás te pedí el don de la contrición y el de hacer un buen examen de conciencia. Hoy te pido que me des la valentía de acudir uno de estos días al Sacramento de la Reconciliación para hacer una confesión sincera. Te pido también la gracia de la confesión mensual. Para ello, aniquila en mí todo temor, toda vergüenza, todo orgullo, toda pereza, todo escrúpulo y todo desánimo. Concédeme disgusto por el pecado y ánimo para continuar adelante. Aplasta la cabeza del Enemigo para que no me embauque con sus engaños y seducciones. Ayúdame a ser paciente conmigo y mis errores. Concédeme humildad para aceptar mi pequeñez y no pretender cambiar con mis propias fuerzas. Dame fe en que Dios me ama y todo lo puede. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

. Oración

Rezar un misterio del rosario (un Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).


La Oveja Guerrera
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