Meditación 2: Llaga de la mano izquierda


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En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

. Escucha, Israel:

«Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Y los otros discípulos le decían: hemos visto al Señor. Pero él les contestó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, y no meto la mano en su costado, no lo creo. A los ocho días, estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio y dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi costado; y no seas incrédulo sino creyente. Contestó Tomás: ¡Señor mío y Dios mío! Jesús le dijo: ¿porque me has visto has creído? Bienaventurados los que crean sin haber visto» (Jn 20, 24-29).

. Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje

«Queridos hijos, por voluntad del Padre misericordioso, os he dado y aún os continuaré dando signos evidentes de mi presencia maternal. Hijos míos, es mi deseo maternal por la sanación de las almas. Es el deseo de que cada hijo mío tenga una fe auténtica, de que viva experiencias prodigiosas bebiendo de la fuente de las palabras de mi Hijo, palabras de vida. Hijos míos, con Su Amor y Sacrificio, mi Hijo ha traído al mundo la luz de la fe y os ha mostrado el camino de la fe. Porque, hijos míos, la fe enaltece el dolor y el sufrimiento. La fe auténtica hace la oración más sensible, hace obras de misericordia: una conversación, una ofrenda. Esos hijos míos que tienen fe, fe auténtica, son felices a pesar de todo, porque viven el comienzo de la felicidad celestial en la tierra. Por eso, hijos míos, apóstoles de mi amor, os invito a dar ejemplo de fe auténtica, a llevar luz donde hay oscuridad, a vivir a mi Hijo. Hijos míos, como Madre os digo: no podéis andar por el camino de la fe y seguir a mi Hijo sin sus pastores. Orad para que tengan la fuerza y el amor de guiaros. Que vuestras oraciones estén siempre con ellos. Os doy las gracias» (2 de mayo de 2019).

. Meditación

En ocasiones puedo caer en la tentación de pensar que eso no va conmigo, que yo tengo fe; sea mucha o poca. Y acomodarme pensando que la fe es algo estático, como si no tuviera necesidad de trabajarla a diario y de pedir al Señor Su gracia para perfeccionarla. Por eso, ahora me pregunto: «¿Qué es auténtica fe?» Y pienso en el Credo; cuántas veces lo recito de carrerilla, como una mera sucesión de palabras, en “modo automático” y sin vivir de corazón lo que estoy diciendo. ¡Menuda profesión de fe! Creo que ahora es el momento de detenerme y analizar qué es lo que profeso y si realmente soy consecuente con ello.

1. Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y de la Tierra...

Si realmente creyera en Dios Padre y Su omnipotencia, me abandonaría totalmente a Su Providencia, pues Él es el Señor de todo y todo lo puede. Nada me angustiaría, pues confiaría en que Él tiene la solución para cada problema. No trataría de manipularlo para que obrara a mi modo, sino que descansaría en Su perfecta Sabiduría. Lo alabaría con frecuencia por todo lo creado y por darme la vida.

2. Creo en Jesucristo, Su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo. Nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los Cielos, y está sentado a la derecha de Dios Padre Todopoderoso; desde ahí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.

Si realmente creyera en Jesucristo, no me quedaría impasible ante Su Pasión. Tendría mucho cuidado de no pecar para no infligirle más dolor, y diariamente haría pequeños sacrificios para aliviar Su sufrimiento. Acudiría todos los días a la Santa Misa―renovación de Su Sacrificio en la Eucaristía―, no por deber, sino para permanecer junto a Él al pie de la Cruz y para llenarme de Vida con Su Resurrección. Y, después de comulgar y al finalizar la Misa, me quedaría un buen rato en silencio, agradeciendo a Jesús Sus dones, en lugar de ponerme a hablar rápidamente con los hermanos, como si Él no existiera.

3. Creo en el Espíritu Santo,

Si realmente creyera en el Espíritu Santo, no me detendría en el mero cumplimiento de la Ley, sino que―sin temor―le daría cabida para que me llevara más allá y me guiara por caminos de Amor. Pediría con mayor frecuencia Su acción en mi vida. Antes de comenzar cualquier tarea―por simple que fuera―, clamaría por Su auxilio. No me encerraría en mis propios planes, sino que―mediante la oración y a través de los acontecimientos―estaría abierto a Su inspiración y a lo que pudiera venir después. Consciente de mi propia miseria, anhelaría Sus dones, confiaría en Él sin inquietarme, y simplemente me dejaría hacer. No despreciaría las profecías o revelaciones, sino que lo examinaría todo y me quedaría con lo bueno (cfr. 1 Tesalonicenses 5,19-21).

4. La Santa Iglesia Católica,

Si realmente creyera en la Iglesia Católica, no iría por libre interpretando el Evangelio a mi manera, aferrándome a la idea de un Jesús “buenista” y a mi medida, o poniendo en tela de juicio la doctrina de la Iglesia. Leería con detenimiento el Catecismo, confiaría y sería obediente, pues la Iglesia es nuestra Madre. Respaldaría al Papa Francisco y no tergiversaría sus palabras a conveniencia. No calificaría a la Iglesia de “arcaica” o de “severa” solo por el hecho de no complacer al mundo en determinadas cuestiones (o a la inversa). Confiaría en que es el Espíritu Santo quien la guía.

5. La Comunión de los Santos,

Si realmente creyera en la Comunión de los Santos, me tomaría en serio mi papel en el mundo: yo soy “signo” y “sacramento” del amor de Dios para los demás y para el mundo entero (Papa Francisco, Audiencia general, 6 de noviembre de 2013). Por eso, iría a encontrarme con Jesús en los Sacramentos y pondría mis dones al servicio de los demás. No me quedaría aletargado, guardando los tesoros únicamente para mí o unos pocos. Comprendería que todos somos necesarios para todos, que ninguno es más que otro, que cada uno tiene su cometido por el bien del resto.

6. el perdón de los pecados,

Si realmente creyera en el perdón de los pecados, me sentiría profundamente amado y en deuda con Dios. Viviría con continua esperanza y no sentiría el desamor. No guardaría rencor a nadie y perdonaría a los demás sus ofensas; porque si yo ofendo al mismo Dios y Él me perdona siempre, ¿quién soy yo para no perdonar? Y sé que perdonar al que me ofende no siempre significará que deba restablecer una estrecha amistad con esa persona. En ocasiones, será necesario amar prudentemente desde la distancia; a través de la oración, sin resentimientos, teniendo un pensamiento fraterno y de misericordia hacia el prójimo, viendo en su debilidad mi propia debilidad...
Eso es el auténtico perdón: lograr ver al otro como un semejante, con amor y misericordia.
Por eso, si creyera en el perdón de los pecados, no estaría en guerra con unos y otros, sino que sería semilla de paz.

7. la Resurrección de la carne y la Vida Eterna.

Si realmente creyera en la Resurrección de la carne y la Vida Eterna, anhelaría los bienes del Cielo; viviría más por lo espiritual y no me dejaría atrapar tanto por el mundo. No estaría tan pendiente de gozar en la Tierra y de lo inmediato, sino que pacientemente trabajaría por el Reino, soportando los sufrimientos y contrariedades de la vida.

***
Me doy cuenta de que cada creencia me impulsa a una actuación; la fe me mueve a obrar. Si no me impulsa, es que realmente no creo. Y es que “creer” no se limita a aceptar la existencia de algo, va más allá. Todo es una cadena: La oración me lleva a perfeccionar mi fe, y la auténtica fe me lleva a obrar. Con esta meditación, he descubierto que en ocasiones fallo por tener una fe débil; otras, en cambio, no lo hago por falta de fe, sino por mis limitaciones humanas. Sea cual sea el motivo, todo lo puedo mejorar a través de la oración.

Madre, «creo, pero ayuda mi falta de fe» (cfr. Mc 9, 24). En honor a la llaga de la mano izquierda de tu Hijo, guíame como tu sabes con mano izquierda, por el camino de la fe y el Amor. «Ilumina las tinieblas de mi corazón y dame fe recta, esperanza cierta y caridad perfecta; sentido y conocimiento, para que cumpla el Santo y Verdadero Mandamiento de nuestro Señor» (San Francisco de Asis). Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén

. Oración

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a Ti,
para que con tus santos te alabe,
por los siglos de los siglos. Amén.

(Padrenuestro, Avemaría, Gloria)


La Oveja Guerrera