Meditación 3: Llaga del pie derecho


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En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

. Escucha, Israel:

«Si la sangre de machos cabríos y de toros, y la ceniza de una becerra, santifican con su aspersión a los profanos, devolviéndoles la pureza externa, ¡cuánto más la sangre de Cristo, que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha, podrá purificar nuestra conciencia de las obras muertas, para que demos culto al Dios vivo!» (Hb 9, 13-14).

. Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje

“Queridos hijos, os invito a que con plena confianza y alegría bendigáis el Nombre del Señor, y que día a día le agradezcáis, desde el corazón, por Su gran amor. Mi Hijo, mediante ese amor que mostró con la cruz, os ha dado la posibilidad de que todo os sea perdonado, que no os debáis avergonzar y ocultar, y que por temor, no le abráis la puerta de vuestro corazón a mi Hijo. Por el contrario, hijos míos, reconciliaos con el Padre Celestial para que os podáis amar a vosotros mismos, como mi Hijo os ama. Cuando os améis a vosotros mismos, podréis amar a los demás, podréis ver a mi Hijo en los demás y reconocer la grandeza de Su amor. ¡Vivid en la fe! Mi Hijo, a través de mí, os prepara para las obras que Él quiere realizar a través de vosotros, a través de quienes desea ser glorificado. Dadle gracias. En especial, dadle gracias por los pastores, por vuestros mediadores en la reconciliación con el Padre Celestial. Yo os doy gracias a vosotros, mis hijos. Gracias”. (18 de marzo de 2013)

. Meditación

Bendito seas, Señor, y bendito sea tu Santo Nombre. Gracias por todos los dones recibidos a través de tu Sacrificio. Gracias por tus benditas llagas; porque tu Sangre me purifica, me reconcilia con el Padre y me abre las puertas del Reino. Gracias, porque a través de los sacerdotes borras mi culpa. No importa el mal que haya hecho, Tú me perdonas todo y me devuelves la dignidad. Por eso, no debo temer ni avergonzarme; basta que, con confianza, acuda a uno de tus ministros y confiese mi pecado. ¡Qué grande es tu amor por mí! Por eso, dime, mi buen Jesús, ¿qué puedo hacer yo por Ti? 

Tu Madre―que, gracias a Ti, ahora también es mía―me dice que deseas ser glorificado a través de mi persona; que Tú me has escogido como instrumento para continuar tu Obra. Y para ello, has puesto a esta buena Mujer a mi servicio. Ahora comprendo que poder consagrarme a Ti a través de Ella es un don y una gracia. Tú me has elegido; no por mis méritos, sino por puro Misterio. Yo tan solo debo ponerme en sus manos de Madre y dejarme hacer. Acudir siempre a Ella para llegar hasta Ti: veo que eso es lo que te agrada. Por eso, ahora digo: “Madre, aquí estoy para que hagas de mí lo que te plazca.

María, tú me enseñas que el primer paso es la reconciliación con Dios; que ahí reside el verdadero Amor, pues Dios es Amor. Sin Él, es imposible amar.
Amarme no es mirar primero por mí mismo, no es anteponer mi felicidad a la de los demás, no es satisfacer mis deseos y vivir para mí. No, no es todo aquello que me intenta vender el mundo. El auténtico amor propio no es autoestima ni egocentrismo ni egolatría; todo eso es una idolatría, y la idolatría no es amor. La Palabra de Dios me dice: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rom 12, 10); «Que nadie busque su interés sino el del prójimo» (1 Cor 10, 24); «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9, 35). Todo, por supuesto, en orden a Dios. Tampoco debo idolatrar al prójimo, pues eso no es amar. Debo amar a Dios sobre todas las cosas y luego al prójimo como a mí mismo (cfr. Mc 12, 28-34).

María, tú lo dices claro: amarse uno mismo no es otra cosa que estar en paz con Dios, cuidar los lazos entre Nosotros, dejarme abrazar por Él y Su Misericordia. Es amarme en Él y a través de Él; es dejarme inundar por Su Amor y corresponder a ese Amor otorgándole el centro de mi vida. Así, entonces, podré amar a los demás; no con mi amor de criatura, sino con el Suyo. Para dar agua al sediento, es preciso llenar antes las tinajas en la Fuente. Es preciso que yo calme mi sed con Su Amor, para así calmar la sed de los demás. ¿Cómo puedo llevar a Dios―el Amor―a los demás si no lo tengo en mí? No se puede dar aquello que no se tiene. Todo pecado, incluso el venial, daña mi relación con Dios y―por lo tanto―me debilita y daña las relaciones con mi prójimo. Por eso, cuanto más limpio esté interiormente, más unido estaré a Dios y así podré amar más y mejor a mis hermanos. Ya veo, pues, lo importante que es la confesión. La confesión es el primer paso hacia el Amor y la paz.

Madre, purifícame con la Sangre que brota del pie derecho de tu Hijo. En honor a Su bendita llaga, ayúdame a pisar el pecado del pasado, concediéndome el don de la contrición. Prepara mi alma para que, a lo largo de estos días, vaya haciendo un buen examen de conciencia. Muéstrame de qué me debo desprender para poder estar en paz con Dios y conmigo mismo. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

. Oración

Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame,
y mándame ir a Ti,
para que con tus santos te alabe,
por los siglos de los siglos. Amén.




La Oveja Guerrera
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