Meditación 9: El Nacimiento del Niño Jesús


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En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

. Escucha, Israel:

«En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron. Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 1-5; 14)

. Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje


“¡Queridos hijos! Escuchad, porque deseo hablaros e invitaros a tener más fe y confianza en Dios que os ama inconmensurablemente. Hijos míos, vosotros no sabéis vivir en gracia de Dios, por eso os llamo a todos de nuevo a llevar la Palabra de Dios en vuestros corazones y pensamientos. Hijos míos, poned la Sagrada Escritura en un lugar visible en vuestras familias, leedla y vividla. Enseñad a vuestros hijos, porque si vosotros no sois un ejemplo para ellos, los hijos se irán por el camino de la impiedad. Reflexionad y orad, y entonces Dios nacerá en vuestros corazones y vuestros corazones estarán alegres. Gracias por haber respondido a mi llamada” (25 de agosto de 1996).

. Meditación

Jesús es la Palabra. Y así como toda palabra auténtica se transforma en obras, la Palabra se hace carne y pone su Morada entre nosotros. Jesús viene al mundo como muestra del inconmensurable Amor de Dios por mí y como ejemplo a seguir; no se limita a decirme meras palabras de amor o a darme pautas de vida a través de los profetas y las Escrituras, sino que Él mismo viene a dar vida a cada palabra y a vivir esas pautas hasta el final. Todo por amor mí. Y es que Dios conoce bien a Su criatura, que constantemente dice que “las palabras se las lleva el viento”. Así pues, como ejemplo de la humildad y pobreza que Él predica, no viene al mundo en modo portentoso y majestuoso, sino que―como yo y cualquier otro ser humano―se hace una criatura indefensa y se somete a la obediencia y al cuidado de unos padres. Nace en Belén, pequeña entre los clanes de Judá” (Miq 5, 2), y―rechazado por los hombres en el momento del alumbramiento―es alumbrado en un establo, sin lujos ni comodidades, y es recostado en un pesebre (especie de cajón donde comen las bestias). Desde el inicio de Su existencia en la Tierra como hombre, hasta el final, Su Vida es Palabra y Obra. Dicho y hecho.

Y así como las palabras deben ir acompañadas de obras, las obras también deben ir acompañadas de palabras; es decir, de compromiso. Por ejemplo, a una escala grande, puedo ver que aquello más importante de nuestras vidas está sujeto a un compromiso formalizado: el matrimonio entre un hombre y una mujer, la profesión de un religioso, una relación laboral, el alquiler o venta de una casa, etc. Cuando yo le digo a alguien: “te doy mi palabra”, me estoy comprometiendo. Por eso, cuando Dios me da Su propia Palabra, se está comprometiendo conmigo. ¡Cuánto amor! Y el compromiso de Dios es firme, no como el de los humanos. Lamentablemente, nuestro compromiso y obra―por sí mismos―no sirven de nada. Veo que, incluso con compromiso, nuestras obras se las lleva el viento. Veo matrimonios destrozados, veo fraudes, veo todo tipo de retractaciones. Su Palabra (y Obra) es la única que no se la lleva el viento, pues Jesús es Señor de todo cuanto existe y tiene potestad sobre todo lo creado. «En él fueron creadas todas las cosas: celestes y terrestres, visibles e invisibles (...) Todo fue creado por él y para él. Él es anterior a todo, y todo se mantiene en él» (1 Col, 16-17)

Y cuando se desatan tempestades, Él increpa a los vientos y al mar y―de inmediato―sobreviene la calma. Y es así de tal manera, que aquellos que tratan con Él se preguntan asombrados: «¿Quién es este, que hasta el viento y el mar lo obedecen?» (Mt 8, 24-27). Y es que la Palabra de Dios no es una Palabra cualquiera, es «Palabra viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo» (heb 4, 12-13). No en vano es la espada de la que se vale el Espíritu para combatir al Maligno (cfr. ef 6, 17).
Porque Su Palabra es amor (cfr. 1 Jn 4, 8), y el Amor no pasa nunca (1 Cor 13, 8). «Cielo y tierra pasarán, más Su Palabra no pasará» (Mt 24,35). Por eso, me doy cuenta de que los humanos necesitamos de Él y de Su Palabra. Sin Él, nuestras palabras y obras son efímeras, muertas; quedan sujetas a nuestros vaivenes y veleidades, a nuestros intereses.

En Su adultez, Jesús me dirá: «Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará» (Jn 15, 3-7).

Descubro, entonces, que―ante todo―mi verdadero compromiso tiene que ser con Dios y que debo llenarme con Su Palabra. Mis palabras y obras tienen que ser las Suyas; solo así puedo comprometerme auténticamente con los demás. Así pues, debo conocerlo a través de la Sagrada Escritura y nutrirme de Él a diario. Su Palabra limpia mi pecado, Su Palabra purifica mis deseos e intenciones, Su Palabra me instruye, Su Palabra me da Vida, Su Palabra me consuela, Su Palabra me fortalece, Su Palabra me defiende del Maligno y de todo mal.
Pero, para ello, debo concederle un lugar privilegiado en mi vida y permitirle que actúe. Es necesario leerla todos los días, orar y meditar con Ella, llevarla a la práctica. Acoger la Palabra en mi corazón es acoger a Jesús recién nacido. ¿Le cerraré mis puertas, como aquellos que no le dieron posada? «¡Pobres desalmados!» ―pienso a veces. Y ahora me doy cuenta de que yo mismo le cierro las puertas. Ahí está la Biblia en una estantería como un libro cualquiera, como en un establo, abandonada. La Palabra se ha hecho carne y no le doy cobijo. No es suficiente con las lecturas de la Santa Misa, debo acogerla en plenitud y con fervor. Así como deseo conocer en profundidad a la persona que amo y permanecer largo rato con ella, lo mismo tiene que ser con la Palabra.

Y si le doy cobijo, no seré yo quien le estaré haciendo un favor; al contrario, yo seré el beneficiado. Con Su Palabra siempre presente en mi mente y mi corazón, empezaré a notar Su actuación en mí. Con Ella, aquello que digo y profeso podrá hacerse carne en mi vida. Y cuando se desaten las tormentas y tempestades en mi vida, Su Palabra las calmará; no existe ningún problema que Su Palabra no pueda solucionar. También aquello que anhelo―si guardo Su Palabra y pido con fe―me será dado. ¿Quiero restaurar mi matrimonio? ¿Quiero sanación? ¿Quiero conversión? ¿Quiero verdadera Sabiduría? ¿Quiero Amor? Su Palabra todo lo puede. Yo tan solo debo emprender el camino y leer, meditar, orar y llevar a la práctica; de todo lo demás, ya se encarga Jesús.

Madre, tú que―junto a San José―antes de concebir en el vientre ya habías concebido a Jesús en tu corazón a través de las Escrituras, dame la gracia de acoger a Jesús en mi corazón y de leer la Biblia a diario. Dame fe en Su Palabra y decisión para llevarla a la práctica. Muéstrame los secretos que Ella guarda y que ahora están ocultos a mis ojos, y enséñame a gustar de Ella. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

. Oración

Rezar un misterio del rosario (un Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).


La Oveja Guerrera
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