Meditación 14: El anuncio del Reino de Dios invitando a la conversión
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En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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Escucha, Israel:
Y decía:
«El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él
duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin
que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos,
luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la
hoz, porque ha llegado la siega». Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el
reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en
la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace
más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del
cielo pueden anidar a su sombra» (Mc 4, 26-32).
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Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje
“¡Queridos
hijos! Hoy, como Madre, os invito a la conversión. Hijos míos, este tiempo es
para vosotros un tiempo de silencio y de oración. De esta forma, en el calor de
vuestro corazón, podrá crecer la semilla de la esperanza y de la fe; hijos
míos, día tras día sentiréis la necesidad de rezar más y vuestra vida se
volverá ordenada y responsable. Comprenderéis, hijos míos, que estáis de paso
aquí en la Tierra y sentiréis la necesidad de estar más cerca de Dios y con
amor testimoniareis la experiencia de vuestro encuentro con Él, la cual
compartiréis con los demás. Estoy con vosotros y oro por vosotros, pero no
puedo hacerlo sin vuestro “Sí”. ¡Gracias por haber respondido a mi llamada!” (25
de enero de 2019).
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Meditación
En el transcurso de estos días, estoy
descubriendo que la fe de María es aun más fuerte de lo que pensaba. María
vivía de pura fe. Y eso me hace preguntarme: «Si María alcanzaba grandes cosas
a través de la fe, ¿por qué la fe es la semilla más pequeña?» Pienso y
descubro que es porque, a pesar de envolver una realidad, no se sostiene con
certezas palpables. No muestra una realidad manifiesta. Se trata de la incertidumbre frente a la evidencia. Y la gente
quiere cosas tangibles, seguridades, quiere apostar a caballo ganador
(ignorando que el verdadero “caballo ganador” es la fe).
Aun así,
en el camino de la fe uno no va totalmente a ciegas; «lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son
perceptibles para la inteligencia a partir de la creación del mundo a través de
sus obras» (Rom 1, 20). Por otro lado, el Padre constantemente envía todo
tipo signos para fortalecer nuestra confianza en Su Reino y todo aquello que no
se ve. No obstante, hay tantos corazones
endurecidos o ciegos que muchos de estos signos pasan desapercibidos. En
consecuencia, la fe es tenida a menos. El mundo la considera como algo
ilusorio, de ingenuos, de alguien que vive del aire... Incluso entre los mismos creyentes, aquel que vive en un abandono total
y en una confianza ciega en la Divina Providencia es considerado como poco
realista. Y yo me digo: ¿Es que acaso es necesaria una manifestación
visible para que algo sea real? No se ve el amor y, sin embargo, es real; y sé
que es real porque veo sus obras. No se ve el aire y, sin embargo, puedo
respirarlo, puedo sentirlo, puedo ver la naturaleza bajo su influjo. Hay cosas que no puedo ver con los ojos de
la carne, sino a través del espíritu. El Reino de Dios es una de ellas. Por
lo tanto, si el Reino de Dios es real, ¿por qué no voy a descansar y confiar
totalmente en Dios y Su infinita bondad?
Jesús me
dice: «En verdad os digo que, si tuvierais fe como un grano de mostaza, le
diríais a aquel monte: “Trasládate desde ahí hasta aquí”, y se trasladaría.
Nada os sería imposible» (Mt 17, 20).
Yo
también quiero una fe así.
María me da el secreto: para lograr una fe
fuerte como Ella y hacer posible lo imposible, necesito el silencio y la
oración. «La fe nace del mensaje que
se escucha, y la escucha viene a través de la palabra de Cristo» ( cf. Rom
10, 17). Y sin oración y silencio, no puede haber una buena escucha. Veo, pues,
que para aumentar mi fe es necesario que me acerque a la Sagrada Escritura; que ore y me familiarice con ella. También es
imprescindible el silencio.
Hay una estrecha relación entre
la fe y la conversión, y eso el Enemigo lo sabe. Por eso, va a hacer todo lo
posible por minar mi fe: buscará distraerme en la oración, tratará de que la
encuentre inútil y aburrida, me llenará de ocupaciones para que no rece por
falta de tiempo, me intentará hacer creer que Dios no me escucha, pondrá en mi
camino libros interesantes para que descuide la lectura de la Biblia, etc.
Cuando me ocurra algo de esto o similar, es justo cuando más tengo que
perseverar en la oración. Y es que el Maligno se revuelve de manera especial
cuando algo bueno se aproxima. Por otro lado, tratará de que no experimente el
silencio. El silencio le atemoriza, pues
nos lleva a profundizar. Y cuando uno profundiza, se acerca más a Dios. Así
pues, ha estado trabajando años y años para sumergirnos en la actual cultura
del ruido.
Veo por
todos lados televisores y radios encendidas, discotecas con música
ensordecedora, cines, centros comerciales, contaminación acústica por el
transporte, constantes trabajos de obra, bullicio en los bares, en la calle, en
las estaciones... Incluso en los lugares adonde uno va a relajarse, en lugar de
silencio se encuentra con una suave música ambiente. Esto es así hasta tal punto, que esta moda ya empieza a propagarse en
algunos hospitales e iglesias. ¡Hospitales e iglesias! Me doy cuenta de
que, si esto continúa así y se extiende hacia más templos, pronto no habrá
lugar donde encontrar un silencio total. En realidad, a día de hoy es ya casi
misión imposible: se ha perdido el respeto en el templo y―aunque la moda de la
música ambiente no ha llegado a todas las iglesias―constantemente hay tránsito
de turistas que únicamente van a admirar la belleza arquitectónica y artística
en general; o feligreses que se ponen a hablar antes, durante, y después de la
Eucaristía y de las adoraciones; suenan móviles y muchos de sus dueños
contestan a las llamadas; otros rezan individualmente en voz alta, etc. Estamos dando muerte al silencio y, con
ello, a nuestra interioridad espiritual. Así pues, no es de extrañar que
nuestra fe se debilite y que nuestra conversión sea tibia.
Además de
esto, veo que en nuestro día a día tenemos que lidiar con un ruido mucho más
sutil pero igual de peligroso: el
bombardeo de imágenes atrayentes, de información, de productos, el reinado de
las redes sociales, etc. El Enemigo
pretende mantenernos distraídos y que anhelemos saciar nuestros sentidos,
sabiendo de sobra que nuestros sentidos son insaciables. Así, si andamos
ocupados tratando de saciar nuestro cuerpo, no prestaremos atención al
Espíritu. El cuerpo siempre pide más; y, cuanto más le dé, más pedirá. Por eso es importante acallar mis pasiones con la
penitencia y el ayuno. En este caso, penitencia y ayuno de todo aquello que
mi cuerpo me pide a gritos (unido al ayuno alimentario y otro tipo de
sacrificios). Si mi problema es la gula visual, no debo satisfacer los anhelos
de mi vista (por muy lícito que sea lo que mire), sino que debo tratar de
refrenarlos; si mi problema es la gula de reconocimiento y afectos, debo, por
ejemplo, moderar el uso de las redes sociales; si mi problema es la gula de la curiosidad,
debo tratar de no indagar en aquello que no sirva para mi edificación. En fin,
hay muchos tipos de gula y siempre se me presentarán distintas variedades. Lo importante es que yo sea consciente de
ello y que no dé gusto al cuerpo en toda ocasión, pues el silencio corporal es
igual de importante que el ambiental.
Madre,
ayúdame en mi camino de continua conversión. Enséñame a templar mi cuerpo y a
acallar mis pasiones; dame perseverancia en la oración a pesar de las
contrariedades que se me presenten; que yo sea portador de silencio, fe y amor
en las iglesias. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.
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Oración
Rezar un misterio del rosario (un Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
La Oveja
Guerrera
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