Meditación 15: La Transfiguración del Señor
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En el
Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
. Escucha, Israel:
«Pues no
nos fundábamos en fábulas fantasiosas cuando os dimos a conocer el poder y la
venida de nuestro Señor Jesucristo, sino en que habíamos sido testigos oculares
de su grandeza. Porque él recibió de Dios Padre honor y gloria cuando desde la
sublime Gloria se le transmitió aquella voz: «Este es mi Hijo amado, en quien
me he complacido». Y esta misma voz, transmitida desde el cielo, es la que
nosotros oímos estando con él en la montaña sagrada. Así tenemos más confirmada
la palabra profética y hacéis muy bien en prestarle atención como a una lámpara
que brilla en un lugar oscuro hasta que despunte el día y el lucero amanezca en
vuestros corazones, pero sabiendo, sobre todo, lo siguiente, que ninguna
profecía de la Escritura puede interpretarse por cuenta propia, pues nunca fue
proferida profecía alguna por voluntad humana, sino que, movidos por el
Espíritu Santo, hablaron los hombres de parte de Dios» ( 2 pe 1, 16-21) .
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Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje
“Hijos míos, como Madre, como Reina de la Paz,
os invito a que acojáis a mi Hijo para que Él pueda otorgaros la paz del alma,
para que pueda daros lo que es justo, lo que es bueno para vosotros. Hijos
míos, mi Hijo os conoce. Él vivió la vida del hombre y, al mismo tiempo, la de
Dios, una vida maravillosa: cuerpo humano, espíritu divino. Por eso, hijos
míos, mientras mi Hijo os mira con sus ojos divinos, penetra en vuestros
corazones. Sus ojos, mansos y cálidos,
buscan a Él mismo en vuestros corazones. ¿Puede Él encontrarse así mismo
en vosotros, hijos míos? Acogedlo, y los momentos de dolor y sufrimiento se
convertirán en momentos de bienestar. Acogedlo, y tendréis paz en el alma, la
difundiréis a todos en torno a vosotros, eso es lo que más necesitáis ahora.
¡Escuchadme, hijos míos!. Orad por los pastores, por aquellos cuyas manos ha
bendecido mi Hijo. ¡Os doy las gracias!” (18 de marzo de 2019).
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Meditación
Hasta el
momento de la Transfiguración, Jesús―al tener cuerpo humano―, a ojos de los
demás podía parecer un hombre como cualquier otro. Y es cierto: Jesús era y es Hombre, pero también era y es Dios. Solo
a través de una escucha atenta de Su Palabra, de la contemplación de Sus obras,
y con un acto de fe, los demás podían percibir resquicios de Su divinidad―aunque
no lograran comprender ese misterio―.
Pero un día, Jesús decide destapar el
velo a tres de Sus allegados, así que se los lleva a un monte. Ahí están Pedro,
Santiago y Juan, extasiados mientras contemplan a Jesús en Su gloria y escuchan
la voz del Padre, que dice: «Este es mi
Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».
El plan de Dios es consolidar la fe de unos cuantos para que, a través de esos pocos, los demás crean en Él y comprendan que están llamados a esa misma Gloria.
El plan de Dios es consolidar la fe de unos cuantos para que, a través de esos pocos, los demás crean en Él y comprendan que están llamados a esa misma Gloria.
Días
atrás aprendí que acoger la Palabra de Dios era acoger a Jesús. María hoy me
dice que, si acojo a Jesús, Él podrá actuar en mí y llenarme de Su paz. Por
eso, es muy importante que me nutra día
a día con la Sagrada Escritura. Dios mismo, a través de San Pedro, me dice
que si presto atención a Su Palabra (es decir, si la leo con el corazón, la
medito y la pongo en práctica) se iluminará mi interior. De alguna forma, me
transfiguraré en Él y Él podrá encontrarse a Sí mismo en mi corazón. Él estará
en mí y yo estaré en Él. Por lo tanto, podré participar de esa misma Gloria
Suya que muestra en el Tabor.
Sin
embargo, me advierte de que no puedo
interpretar las Escrituras por cuenta propia. Debo fiarme de nuestra Madre
Iglesia y apoyarme en sus enseñanzas, las cuales―al contrario de lo que muchos
piensan―no son inventadas, sino que están basadas en la Palabra misma y en la
Tradición Apostólica. Pienso, entonces,
en cuántas sectas se han erigido a causa de una libre interpretación de la
Biblia y en cuántas disputas se dan entre hermanos católicos por esta misma
causa; rencillas basadas―muchas veces―por simples cuestiones
tradicionalistas, o que nacen de meros intereses humanos. Y es que cuando uno
quiere interpretar lo Sagrado por su cuenta, corre el riesgo de ser engañado
por sí mismo o por el Enemigo, ya que se trata de algo que supera el
entendimiento humano. ¿Puede una mente
limitada esclarecer lo Ilimitado? Por mucho que uno cuente con la ayuda del
Espíritu Santo, ¿quién asegura que es realmente el Espíritu el que le está
iluminando en ese momento? ¿Acaso no se
disfraza Satanás de ángel de luz? (cf. 2 Cor 11, 14).
Son muchas las
ocasiones en que el Maligno se vale de cosas santas para confundir y embaucar.
A Jesús mismo, en el desierto, le presenta la Palabra para tentarlo (cf. Lc 4,
1-11). ¡Qué no hará conmigo! Pero no
tengo nada que temer si estoy en obediencia a nuestra Madre Iglesia y me fío de
su interpretación acerca de las Escrituras.
Todo
ello no significa que Dios no pueda valerse de Su Palabra para revelarse en
aspectos privados de mi vida. En
ocasiones, Él usará Su Palabra, y esa Palabra tendrá un significado especial
para mí en determinado momento. Ya sea viniendo Él a mi encuentro―sin yo
haber buscado una respuesta previamente―, como yendo yo a Su encuentro
intencionadamente (porque Él haya puesto en mí ese deseo) para esclarecer
alguna duda o inquietud. No obstante, que en un momento determinado Dios me
quiera hablar por medio de Su Palabra, no significa que siempre se me vaya a
comunicar así. No debo usar la Palabra a
la ligera, como si fuera una especie de oráculo personal, un “tarot” religioso
para descubrir qué decisiones tomar o qué me depara el futuro. Debo evitar
irme a lo fácil y buscar soluciones rápidas. La Biblia es para orar y descubrir el Amor, no para abrirla al azar para encontrar respuestas inmediatas a mis inquietudes. Si actúo de esta manera, estaré
practicando la bibliomancia, que es una forma de adivinación. Y Dios aborrece
todo tipo de magia y adivinación. Por eso, no debo abrir la Biblia al azar a mi
propio criterio o como una costumbre, con el fin de saber de inmediato qué debo hacer o no.
Es cierto que, en alguna ocasión,
el Espíritu Santo puede suscitar en mí el deseo de abrir la Biblia al azar. Hay diversos casos en la
historia de los santos. Pero, ante una situación así, es imprescindible una actitud humilde y orante. Porque así
como el Espíritu Santo puede suscitar ese deseo, también puede hacerlo el
Enemigo. Sin embargo, no debo temer; basta con orar largamente, descansar en
Dios y discernir; debo valorar todo en su conjunto y luego actuar según lo que
el Espíritu me pida.
Madre,
enséñame a valorar y respetar la Palabra, a integrarla con amor en mi vida.
Concédeme la gracia del discernimiento y protégeme de los engaños del Enemigo.
Abre mi corazón al Espíritu Santo para que sea transformado en Jesús. Por
Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.
.
Oración
Rezar un misterio del rosario (un Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
La Oveja
Guerrera
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