Meditación 20: Jesús con la Cruz a cuestas camino del Calvario
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Escucha, Israel:
«Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí y por el Evangelio la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla?» (Mc 8, 34-37) .
“Queridos
hijos, lamentablemente entre vosotros hay mucha lucha, odio, intereses
personales y egoísmo. Hijos míos, ¡cuán fácilmente olvidáis a mi Hijo, sus
palabras, su amor! La fe se extingue en muchas almas y los corazones están
siendo atrapados por las cosas materiales del mundo.
Pero mi
Corazón maternal sabe que aún hay quienes creen y aman, que intentan acercarse
lo más posible a mi Hijo, que incansablemente buscan a mi Hijo y, de esta
manera, me buscan a mí. Son los humildes y los mansos que sobrellevan sus
dolores y sufrimientos en silencio, con sus esperanzas y sobre todo con su fe.
Son los apóstoles de mi amor.
Hijos
míos, apóstoles de mi amor, os enseño que mi Hijo no solo pide oraciones
continuas, sino también obras y sentimientos; pide que creáis, que oréis, que
con vuestras oraciones personales crezcáis en la fe, crezcáis en el amor.
Amarse unos a otros es lo que Él pide: este es el camino a la vida eterna.
Hijos
míos, no olvidéis que mi Hijo trajo la luz a este mundo y la trajo a quienes
quisieron verla y recibirla. Sed vosotros de esos; porque es la luz de la
verdad, de la paz y del amor. Os conduzco maternalmente a adorar a mi Hijo, a
amar conmigo a mi Hijo; a que vuestros pensamientos, palabras y obras se
orienten hacia Mi Hijo y que estos sean en Su nombre. Solo entonces mi Corazón
estará colmado. ¡Os doy las gracias!” (2 de enero 2019).
. Meditación
Ayer
aprendí que la humildad conduce al Amor y que el Amor lleva a la donación de
uno mismo, a la entrega, al sacrificio. Solo
dando muerte al “yo” y reconociendo mi poquedad puedo amar a Dios sobre todas
las cosas, y a mí y a los demás en orden a Él.
María,
que es toda humildad, me enseña el camino a recorrer. Y ahí veo a Jesús, el
Amor encarnado, que no solo se deja ultrajar, sino que además carga con los
pecados de Sus verdugos, entre los cuales estoy yo. Porque cada vez que atento contra el amor, le estoy condenando. Sin
embargo, Él me responde con misericordia, devolviendo bien por mal, y se echa a
los hombros mi dolor; el dolor que yo mismo me he buscado con mis egoísmos y mi
desobediencia.
¿No
debería sentirme profundamente amado por ello? ¿Puedo quedarme impasible ante
Su gratuidad? Esta actitud de Jesús debería revolucionar todo mi ser, hasta el
punto de anhelar corresponderle. Esto tendría que llevarme a salir de mí mismo
y a ocuparme de los demás; de cuidar de lo que le pertenece. Ser Nazareno como el Cireneo, o ser Cireneo
en el Nazareno; pues Jesús es el
precedente de quienes ayudan a cargar las cruces de los demás. ¿Qué hizo el
Cireneo sino cargar temporalmente su propia cruz con la ayuda de Jesús? Y así,
unido a Cristo sufriente, hecho uno con Él en el dolor, cargó ya no solo su
propia inmundicia, sino que ayudó a cargar las inmundicias de la humanidad en
la medida en que Dios quiso.
A eso
estoy llamado yo: a tomar mi cruz, seguirle y dejar que Él me ayude con la
carga; esa misma que ya estuvo en Sus hombros hace más de dos mil años; esa
misma que está en sus hombros en cada Eucaristía. Y así, unido a Él y habiendo
recibido Su aliento, ayudar a los demás con sus sufrimientos. El consuelo de
Jesús no debo guardármelo para mí, sino que debo llevarlo al prójimo. De hecho,
mis tribulaciones son para consuelo y salvación del resto (cf. 2 Cor 1, 3-6). Las cruces están pensadas para ser cargadas
siempre por más de una persona.
Pero ser
Nazareno como el Cireneo (o Cireneo en el Nazareno), significa que en muchas
ocasiones, para ayudar al prójimo, tendrá que verse alterada mi comodidad;
tendré que renunciar a ciertos placeres, e inlcuso a cosas tan básicas como el
descanso; tendré que dejar de pensar en mis satisfacciones materiales, etc.
Simón de Cirene volvía a casa después de una dura jornada de trabajo en el
campo cuando fue obligado a llevar la Cruz. Probablemente al principio la
cargara con pesar. Sin embargo, la actitud de Jesús lo conmovió de tal forma
que tanto él como su familia tuvieron una conversión.
Madre,
ahora comprendo mejor que amar a Dios y dejarme amar por Él es lo único que
puede llevarme a salir auténticamente de mí mismo. Enséñame a amarlo sobre
todas las cosas y dame fuerza para vencer mis egoísmos. No quiero vivir más
para mí, sino para Dios y―en Él―para los hombres. Hazme Nazareno como al
Cireneo. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.
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Oración
Rezar un misterio del rosario (un Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).
La Oveja
Guerrera
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