Meditación 21: La crucifixión y muerte de Jesús



+

. Escucha, Israel

«Queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo como víctima de propiciación por nuestros pecados. Queridos hermanos, si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros» (1 Jn 4, 7-11).

. Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje

“Queridos hijos, solo un corazón puro y abierto hará que realmente conozcáis a mi Hijo, y que todos los que no conocen su amor lo conozcan a través vuestro. Solo el amor os hará comprender que él es más fuerte que la muerte, porque el amor verdadero ha vencido a la muerte y ha hecho que la muerte no exista.

Hijos míos, el perdón es la forma más sublime del amor. Vosotros, apóstoles de mi amor, debéis orar para que podáis ser más fuertes en el espíritu y podáis comprender y perdonar. Vosotros, apóstoles de mi amor, con la comprensión y con el perdón, dais ejemplo de amor y de misericordia. Poder comprender y perdonar es un don, por el que hay que orar, y que hay que cultivar. Al perdonar, demostráis que sabéis amar.

Mirad, hijos míos, cómo el Padre Celestial os ama con gran amor, con comprensión, perdón y justicia; mirad cómo me da a vosotros, Madre de vuestros corazones. Heme aquí, en medio vuestro, para bendeciros con la bendición maternal, para invitaros a la oración y al ayuno, para deciros que creáis, que tengáis esperanza, que perdonéis, que oréis por vuestros pastores y, sobre todo, que améis incondicionalmente. Hijos míos, seguidme. Mi camino es el camino de la paz y del amor, el camino de mi Hijo. Es el camino que conduce al triunfo de mi Corazón. Os doy las gracias” (2 de junio de 2019).

. Meditación

Después de una lenta y cruel tortura, han clavado a Jesús en la Cruz junto a dos malhechores. Él, que es inocente, está condenado a morir como un pecador más. Así lo han querido el Padre y Él por amor a mí; con Su Sangre quieren saldar la deuda acumulada por mis pecados, y con Su vivo ejemplo quieren ser guía y consuelo. Así que, desgarrados por el dolor, permiten que los hombres descarguen toda su injusta ira sobre Él.

Pero Jesús, en lugar de vengarse por todo el sufrimiento inmerecido que le infligen sus verdugos, clama perdón para cada uno de ellos: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34).
Entonces, uno de los bandidos crucificados junto a Él queda fuertemente conmovido. La oración de Jesús ha sanado su ceguera espiritual y logra ver en Él una fuente de Misericordia: “¿Cómo un hombre inocente puede amar y desear el bien a sus enemigos?La grandeza de este acto le hace reconocer a Jesús como Rey e Hijo de Dios.Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”―le dice . Él, con todo Su amor, le responde: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso” (cf. Lc 23, 42-43).

De Jesús aprendo que todo sufrimiento ofrecido con amor no es estéril y da bellos frutos; que la oración, junto a los actos nobles, transforma los corazones. Aprendo que no importa cuán injustos sean los demás conmigo; yo debo orar por ellos y perdonar. Y sé que a veces, de natural, no me saldrá el perdón, pues el perdón es un don de Dios. Pero no con esa excusa debo quedarme con los brazos cruzados, más bien al contrario: “Señor, no puedo perdonar, ayúdame a hacerlo”; “Señor, perdónalos Tú por mí”. Ese es el comienzo: pedir ayuda Al que todo lo puede y tener el deseo de que no les tenga en cuenta el mal que hacen. Entonces, si yo soy misericordioso, Dios lo será también conmigo (cf. Lc 6, 36-38). Y es que yo tampoco soy perfecto. Por eso, cada dolor que me causen los demás no debe servir para encerrarme en mí mismo, sino para poner los ojos fijos en Dios y reconocer mi miseria: “Señor, perdóname, pues eso que me han hecho a mí, lo he hecho yo también Contigo en algún momento de mi vida”.

María me habla del ayuno. Hay cosas que solo podemos lograr mediante la oración y el ayuno (cf. Mt 17, 21). No sé si el perdón será una de ellas―quizá dependa del tipo y del grado de dolor que me han infligido y del perdón necesario―, pero si nuestra Madre me invita a hacerlo (pueda o no perdonar sin él) es porque debe de ser importante.

Ella ha dicho: “Con el ayuno y las oraciones se pueden detener las guerras y hasta suspender las leyes de la naturaleza. La caridad no puede sustituir el ayuno. Aquellos que no pueden ayunar pueden ofrecer la oración, la caridad y una confesión. Todos, sin embargo, excepto los enfermos, deben ayunar” (21 de julio de 1981).

El ayuno que muchos hacen comiendo pescado, en lugar de carne, no es ayuno, sino abstinencia. El verdadero ayuno consiste en renunciar a todos los pecados. Pero es necesario al renunciarlos, hacer participar también al cuerpo” ( diciembre de 1981).

Pienso en por qué es necesario hacer participar al cuerpo, y me viene a la mente una cita de la carta de San Pablo a los Gálatas: «Caminad según el Espíritu y no realizaréis los deseos de la carne; pues la carne desea contra el espíritu y el espíritu contra la carne; efectivamente, hay entre ellos un antagonismo tal que no hacéis lo que quisierais» (Gal 5, 16-17). Veo, pues, que para vencer aquello que no quiero hacer y para fortalecer mi espíritu, es necesario mortificar de tanto en tanto el cuerpo. No debo complacerlo y saciarlo en todo lo que quisiera, sino que debo dominarlo a través de la moderación y la penitencia. Eso me llevará a anhelar más lo espiritual que lo carnal (cf. Gal 5, 19-21).

Madre, ayúdame a crecer en el amor y enséñame a perdonar a todos los que me ofenden. Para ello, te ruego que me concedas la gracia de crucificar el cuerpo con sus pasiones y que imprimas en mí el deseo de ayunar de tanto en tanto; no por vanagloria o como un fin, sino como un medio para acercarme más a Dios y a mis hermanos. Muéstrame de qué formas puedo ayunar y someter a mi cuerpo, y ayúdame a perseverar en ello. Por Jesucristo crucificado, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

. Oración

Rezar un misterio del rosario (un Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).


La Oveja Guerrera
www.laovejaguerrera.com