Meditación 22: La Resurrección
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En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
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Escucha, Israel
«Como hijos obedientes,
no os amoldéis a las aspiraciones que teníais antes, en los días de vuestra
ignorancia. Al contrario, lo mismo que es santo el que os llamó, sed santos
también vosotros en toda vuestra conducta, porque está escrito: Seréis santos,
porque yo soy santo. Y puesto que podéis llamar Padre al que juzga
imparcialmente según las obras de cada uno, comportaos con temor durante el
tiempo de vuestra peregrinación, pues ya sabéis que fuisteis liberados de
vuestra conducta inútil, heredada de vuestros padres, pero no con algo
corruptible, con oro o plata, sino con una sangre preciosa, como la de un
cordero sin defecto y sin mancha, Cristo, previsto ya antes de la creación del
mundo y manifestado en los últimos tiempos por vosotros, que, por medio de él,
creéis en Dios, que lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, de manera
que vuestra fe y vuestra esperanza estén puestas en Dios» (1Pe
1,14-25) .
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Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje
“¡Queridos hijos! Este
es un tiempo de gracia, un tiempo de misericordia para cada uno de vosotros.
Hijos míos, no permitáis que el viento del odio y del desasosiego reinen en
vosotros y a vuestro alrededor. Vosotros, hijos míos, estáis llamados a ser
amor y oración. El diablo desea el desasosiego y el desorden, pero vosotros,
hijos míos, sed el gozo de Jesús Resucitado, que murió y resucitó por cada uno
de vosotros. Él ha vencido la muerte para daros la vida; la vida eterna. Por
eso, hijos míos, testimoniad y sentíos orgullosos de haber resucitado en Él.
¡Gracias por haber respondido a mi llamada!” (25 de abril de
2019).
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Meditación
Jesús ha resucitado y
ahora está en toda Su gloria y esplendor. Sin embargo, antes ha tenido que
padecer y morir. ¿Qué clase de discípulo sería yo si pretendiera alcanzar la
gloria sin sufrimiento? ¿Y es que acaso
se puede resucitar sin haber muerto previamente?
A través de San Pedro,
Dios me pide que no me amolde a mis aspiraciones de antes. Es decir, no puedo vivir pensando siempre en el gozo
terreno, en mi propia voluntad, en saciar todas mis apetencias. Si quiero
alcanzar la santidad que Dios desea para mí, no puedo conducir toda mi vida
hacia ese fin. Como Jesús, yo también estoy llamado a crucificar mi carne para
vivir según el Espíritu.
Jesús pagó mi deuda con
Su Sangre, ¿y yo pretendo seguir llevando una vida regalada, abandonado a mis
pasiones? Parece que, para gozar, no me importa exponerme a la tentación y
vivir como los paganos: pienso en las playas y piscinas abarrotadas de gente
semidesnuda, exhibiendo sin pudor los propios cuerpos y siendo ocasión de
pecado los unos para los otros, sumergidos en la ociosidad; pienso en la
frivolidad de pagar un gimnasio pudiendo hacer deporte en casa o al aire libre,
mientras otros pasan penurias y realmente no tienen ni para comer, exponiendo
la vista y los físicos, vestidos indecentemente con ropa ajustada, incitando a
otros a pecar de pensamiento y dando culto al cuerpo; pienso en las horas y
horas perdidas frente al televisor, la videoconsola o en Internet consumiendo
basura; pienso en el gasto contínuo en caprichos y cosas superfluas; pienso en
las ansias de saciar todos los sentidos y apetitos sin moderación; en
frecuentar discotecas, exponiendo nuevamente la vista y el cuerpo; pienso en
cómo el trabajo gana la partida a la vida espiritual y a la vida familiar por
temor a llevar una vida sencilla y austera o por un deseo de vivir en la
abundancia, etc.
Y pienso, ¿cuál es mi
debilidad? ¿En qué fallo yo? Me doy
cuenta de que me he vuelto esclavo de lo que me ofrecen el mundo, el demonio y
la carne, y me autoengaño diciendo que soy humano y que hay que vivir.
Pero, ¿qué es realmente ser humano y qué realmente vivir? No puedo dejarme
llevar por mi más absoluto orgullo y pensar que esas cosas no me afectan a mí,
que yo soy fuerte, que puedo hacerlas sin correr riesgos, que no importa
contenerme porque la gracia de Dios me sostiene. ¡Veremos entonces lo fuerte que soy cuando Dios aparte Su mano
protectora sobre mí! Además, ¿acaso sé cómo le puede afectar a otros mi
presencia en todos esos ambientes hedonistas? ¿Y puedo saber realmente el
impacto que causa en mí y en mi subconsciente, aunque en apariencia no me ocurra
nada?
Es hora de ordenar mis
prioridades. Es hora de renunciar a la vida hedonista para vivir una vida
auténticamente cristiana; una vida de amor. Porque cuando antepongo mi
satisfacción al bien supremo, es cuando se abren las heridas y reinan el odio y
el desasosiego. Cuando vivo para mi
deleite, por muy santo que sea el objetivo deseado, empiezo a ver como un
enemigo a todo aquel que amenaza mi placer.
Madre, Tú que te
declaraste esclava del Señor, ayúdame a poner freno a mis pasiones y a desear
Su Voluntad en mi vida. Ya no quiero servirme más a mí mismo. Para ello,
alcánzame el fruto de la templanza, la fuerza para saber renunciar a ciertos
placeres y a toda tentación, y guíame hacia la Vida Eterna. Por Jesucristo, tu
Hijo, nuestro Señor. Amén
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Oración
Rezar un misterio del
Rosario (un Padrenuestro y diez Avemarías).
La Oveja Guerrera
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