Meditación 24: La venida del Espíritu Santo

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En el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

. Escucha, Israel

 «Hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo Señor; y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común. Y así uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría; otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de curar. A este se le ha concedido hacer milagros; a aquel, profetizar. A otro, distinguir los buenos y malos espíritus. A uno, la diversidad de lenguas; a otro, el don de interpretarlas. El mismo y único Espíritu obra todo esto, repartiendo a cada uno en particular como él quiere. Pues, lo mismo que el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, a pesar de ser muchos, son un solo cuerpo, así es también Cristo. Pues todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo cuerpo. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu. Pues el cuerpo no lo forma un solo miembro, sino muchos. Si dijera el pie: «Puesto que no soy mano, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Y si el oído dijera: «Puesto que no soy ojo, no formo parte del cuerpo», ¿dejaría por eso de ser parte del cuerpo? Si el cuerpo entero fuera ojo, ¿dónde estaría el oído?; si fuera todo oído, ¿dónde estaría el olfato? Pues bien, Dios distribuyó cada uno de los miembros en el cuerpo como quiso. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? Sin embargo, aunque es cierto que los miembros son muchos, el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: «No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os necesito». Sino todo lo contrario, los miembros que parecen más débiles son necesarios. Y los miembros del cuerpo que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan. Pues bien, Dios organizó el cuerpo dando mayor honor a lo que carece de él, para que así no haya división en el cuerpo, sino que más bien todos los miembros se preocupen por igual unos de otros» (1 Cor 12, 4-25).

. Mensaje de María «Reina de la Paz» en Medjugorje

“Queridos hijos: hoy os invito a renacer en la oración y a que con mi Hijo, por medio del Espíritu Santo, seáis un pueblo nuevo. Un pueblo que sabe que si pierde a Dios se pierde a sí mismo. Un pueblo que sabe que, no obstante todos los sufrimientos y pruebas, está seguro y a salvo con Dios. Os invito a que os reunáis en la familia de Dios y a que os reforcéis con el poder del Padre. Individualmente, hijos míos, no podéis detener el mal que quiere reinar en el mundo y destruirlo. Sin embargo, por medio de la voluntad de Dios, todos juntos con Mi Hijo, podéis cambiarlo todo y sanar el mundo. Os invito a orar con todo el corazón por vuestros pastores, porque Mi Hijo los ha elegido. ¡Os estoy agradecida!” (2 de agosto de 2011).

. Meditación

Los amigos de Jesús están cumpliendo las indicaciones que les dio el Señor y ahora están reunidos en familia. Entre ellos se encuentra María. Ella es pieza clave de lo que está a punto de acontecer, pues el Espíritu se goza en su presencia y con Ella se derrama en mayor profusión. María, siempre atenta y conocedora de los deseos de Su Esposo, sabe que el gran momento se acerca. ¿Qué mujer no conoce los designios de su amado? Así pues, se prepara para Su llegada con mayor ahínco y fervor.

Nuestra humilde Madre, rehuyendo protagonismos, se limita a hacer de medianera entre Dios y los hombres. No quiere congregarlos para sí y acapararlos con su simpatía, sino que los conduce a Él. Así que, con su simple conducta, en un religioso recogimiento, enseña a los demás qué deben hacer. Y es que María no es mujer de muchas palabras, no suele dar grandes prédicas elocuentes como las daba Su Hijo, pero, al igual que Él, con su mirada, sus ademanes y sus silencios sabe transmitir. Y eso es lo que hace. Ellos, movidos por esa santa invitación, hacen lo mismo y oran con gran devoción. Entonces sucede lo esperado: ¡Llega la Promesa del Padre!

De María aprendo que lo que parece más insignificante es igual de importante que lo aparentemente notable. Puede que algunos sean grandes predicadores, pero hay otros que, aunque en apariencia no digan ni hagan gran cosa, lo cierto es que mueven corazones y montañas. Pienso en lo injustos que somos a veces cuando juzgamos e infravaloramos los dones y las obras del prójimo, así como hizo Judas con la mujer que perfumó a Jesús (cf. Jn 12) o como hizo Marta con su hermana (cf. Lc 10, 38-42). “¿Por qué haces esto? ¡Hay cosas más importantes que hacer!" o "¿Por qué lo haces de esta forma y no de esta otra?”. Y yo me digo: ¿qué sabremos nosotros lo que pide Dios a cada uno? ¿Y qué sabremos de los dones que le han sido otorgados? Si todos se ocuparan de lo mismo con la creencia de que eso es lo más importante, otros asuntos necesarios quedarían sin atender. Nada es insignificante. Nadie es insignificante. Nos necesitamos los unos a los otros y lo único fundamental es amar y hacer Su Voluntad.

De María también aprendo lo inoportuno que es caer en el fraternalismo en los momentos en que toda la atención debe dirigirse a Dios; pues, cuando esto ocurre, la auténtica fraternidad se debilita. Ella me enseña que, cuando Él desea invadirnos y se nos quiere comunicar de una forma especial, tenemos que enfocarnos plenamente en Su Presencia. Es ahí donde todos nos encontramos y estrechamos auténticos lazos familiares. Y así, luego, una vez impregnados de Su Amor, podemos amarnos en Su Nombre.

Madre, tú que viviste siempre como en un segundo plano, enséñame a ser humilde y a no despreciar al hermano. Ayúdame a entender que nadie es autosuficiente, que nos necesitamos los unos a los otros, y que, por encima de todo, necesitamos a Dios. Por Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor. Amén.

. Oración

Rezar un misterio del Rosario (un Padrenuestro, diez Avemarías y Gloria).

La Oveja Guerrera
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