Consagración al Corazón Maternal y Eucarístico de María
En el Nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
¡Aleluya! ¡Hoy es el
gran día!
Si quieres alcanzar la perfección en la alianza con María, sería muy bueno que pudieras confesarte en este día para presentar tu ofrenda de la forma más pura posible. A mayor pulcritud, mayores gracias y frutos se obtienen.
Así como los bebés nacen en los hospitales, los hijos de María deben nacer
en los hospitales del alma―es decir, los templos―. Por lo tanto, hoy debes participar en la Santa Misa y
comulgar con la intención de entregarte a Jesús por medio de María, en calidad
de hijo y esclavo de amor. Al finalizar la Eucaristía, debes recitar la
fórmula de la Consagración―la cual conviene que lleves previamente escrita o
impresa, pues también tienes que firmarla―.
Si por razones totalmente ajenas a ti te es imposible acudir al templo (y sé
honesto contigo mismo), ¡tranquilo! Hay bebés que nacen en casa. Después de recitar la fórmula y firmar, leerás el mensaje de Acción de Gracias y meditarás la exhortación final de Jesús.
San Luis María Grignion
de Monfort exhorta a que en este día se pague algún tributo a Jesús y a María, que puede ser según la devoción y
la capacidad de cada uno. Por ejemplo: un ayuno, una mortificación, una
limosna, etc. “Aun cuando no se diera más
que un alfiler, es bastante para Jesús, que sólo atiende a la buena voluntad”―dice
el santo.
Por otro lado, es bueno
que, a modo de alianza, te impongas un
objeto bendecido relacionado con la Virgen, que cada día te recuerde tu deber
filial (ya sea un anillo, una pulsera, una cadena, una medalla o un
escapulario). Este objeto lo llevará siempre contigo. La auténtica Consagración
se vive desde el corazón y no desde prácticas externas, pero un símbolo externo nos ayuda a reforzar la práctica interior y
es un continúo recordatorio que nos incentiva a ser cada día mejores hijos.
Además de esto, ya sea
en el bolso o en el bolsillo, será bueno portar
siempre un Rosario bendecido, como signo para Satanás de que pertenecemos a
la Virgen. Con este Rosario rezarás a diario.
Por último, es muy
beneficioso que cada año renueves la Consagración observando estas prácticas. Cuanto mayor empeño pongas en entregarte a
Jesús por medio de María, más avanzarás en el Camino de la fe.
FÓRMULA
DE CONSAGRACIÓN *
¡Corazón Inmaculado de
María, Ofrenda Perfecta, Madre de Dios y Madre nuestra! En presencia de toda la
Corte Celestial, me consagro hoy y para siempre a tu Corazón maternal y
eucarístico. Renunciando a Satanás y a todas sus obras, me pongo plenamente en
tus Manos. Te doy pleno derecho sobre todo mi ser y todos mis bienes materiales
e inmateriales sin excepción; mi pasado, mi presente y mi futuro. Tomo
radicalmente los proyectos de Dios sobre mí, siendo dócil a tu voz, renunciando
a mis gustos y proyectos.
¡Estrella de la mañana!
Sé Tú mi luz, sé Tú mi guía. Purifícame amorosamente en la Patena de tu Corazón
y dame un amor ferviente por la Eucaristía; que toda mi vida gire en torno a
Ella. ¡Oh, Dulce Madre! Ayúdame a cumplir siempre y en todo la Voluntad del
Padre y no permitas que me aparte del Camino. En el Nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Firmado:
Fecha:
*(Fórmula
inspirada en la VDCJ)
«Tú has creado mis
entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has
plasmado portentosamente, porque son admirables tus obras: mi alma lo reconoce
agradecida, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y
entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mi ser aún informe,
todos mis días estaban escritos en tu libro, estaban calculados antes que
llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué
inmenso es su conjunto! Si me pongo a contarlos, son más que arena; si los doy
por terminados, aún me quedas tú (...) Sondéame, oh Dios, y conoce mi corazón,
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, mira si mi camino se desvía, guíame
por el camino eterno» (Sal 139, 13-18 y 23-24).
. EXHORTACIÓN
FINAL DE JESÚS
Este es mi mandamiento:
que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que
el que da la vida por sus amigos (...) No sois vosotros los que me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis
fruto, y vuestro fruto permanezca. De modo que lo que pidáis al Padre en mi
nombre os lo dé. Esto os mando: que os améis unos a otros.
Si el mundo os odia,
sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el
mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he
escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia. Recordad lo que os
dije: “No es el siervo más que su amo”. Si a mí me han perseguido, también a
vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la
vuestra (Jn 15, 12-13 y 16-20).